Pasan los días y para los alumnos de undécimo grado el fin de una etapa está próximo. Son muchas las memorias que empiezan a inundar nuestro corazón. Quizá, algunos de los recuerdos más bonitos para muchos de nosotros son aquellos en los que pertenecimos a algún equipo del colegio. ¿Qué hace que ser miembro de algún grupo que represente al colegio sea motivo de orgullo? Algunos pensarán que el triunfo es parte de una tradición o el mérito de los entrenadores. Sin embargo, desde mi perspectiva, hay algo más, algo que compartimos todos los sancarlistas, que nos hace sacar lo mejor de nosotros en los momentos cruciales.
¿Cuál es ese motivante, esa esencia propulsora? No lo sé. Pero sí sé que es algo que debemos mantener; una chispa que no podemos dejar apagar y debemos cuidar con amor y entusiasmo. El sentimiento de ser sancarlista no se compara con ningún otro, y cuando nos sentimos así, es porque llevamos esa chispita bien prendida en nuestros corazones.
Quiero que los sancarlistas que se quedan nunca dejen de ser conscientes del valor, la responsabilidad y el orgullo de ser miembro de esta institución y de un equipo deportivo. En otras palabras, dejar en sus corazones un sentimiento y en sus cabezas una idea. Quiero ahora resaltar (sin ánimos de egocentrismo) que los sancarlistas somos buenos deportistas, por eso, los equipos del San Carlos son excelentes y logran los primeros puestos en los torneos que disputan. Un buen trabajo táctico, el compromiso, el talento y algo más son los factores que nos hacen campeones. Y cuando digo algo más, me refiero a aquello que es mucho más importante que el resto de factores. Ese algo es la esencia de todo sancarlista y no se puede perder. Ese algo son muchos detalles que generan grandes cosas. Es quedarse tres días por semana después de clase para entrenar el fútbol, el baloncesto o el voleibol (No hay que echar de menos otros equipos no deportivos; ellos son también campeones y poseedores del mismo algo). El algo es jugar bajo lluvia, esperar horas para jugar un partido, alegrarse al ver su nombre en la camiseta verdeamarela y el escudo del Colegio en el pecho, sentir éxtasis al ser campeones o profunda tristeza al perder, pararse en la mitad de la cancha y gritar “¡SAN CARLOS!” con todas las fuerzas para demostrar a todos los presentes quién es el mejor, ir a los partidos y corear con euforia los cánticos, ver exalumnos yendo a los partidos a ver a su equipo del alma, entregar cada gota de sangre, sudor y lágrimas para ser campeones en memoria de Christian Suárez, sudar la camiseta cada segundo, cada milésima; aguantar cada calambre, cada fatiga.
Ese algo nos hace campeones. Es lo que hace que, tanto en el deporte como en la vida, superemos las adversidades y queramos ser mejores y los mejores. Ese algo es tácito: no se enseña, no tiene cátedras. Sin embargo, se siente en los corredores, se siente en los jugadores al correr cada minuto, al saltar por cada balón, al hacer un gol, al encestar, al bloquear, al alentar al equipo hasta el último instante. A ese algo me refiero, a lo que no se puede perder, a lo que tenemos que transmitir generación por generación para siempre.
Siempre fui, soy y seré sancarlista. No dejaré de sentir ese algo y no olvidaré la responsabilidad que implica. Ese algo nos hace líderes, lí- deres que ahora salen a relucir en los torneos, que levantan copas, que forman una hermandad y entregan la vida por los colores y por sus compañeros; líderes que en un futuro estarán al mando de una empresa, de un grupo de personas, incluso de un país. Sancarlista: siéntase afortunado de estar sentado en estos pupitres. Aproveche cada instante, entregue lo mejor de sí, demuéstrele al mundo que un sancarlista es un líder y un campeón. Sí, es normal que sienta miedo, que se ponga ansioso. La responsabilidad de ser sancarlista es altísima: siempre se va a esperar lo mejor de usted. En cuanto al deporte, formar parte de un equipo es cuestión de mucho honor, pero también de gran responsabilidad. Siempre que sienta miedo cuando el árbitro va a pitar el inicio de un partido, cuando vea que el equipo contrario saca, cuando vaya a chocar, a saltar, a clavar, a pasar, recuerde: aunque a sus ojos usted sólo es usted, a los ojos de los demás, es un sancarlista, un campeón, un ídolo, alguien temido no por ser malo, sino porque posee excelentes cualidades que lo resaltan.
Para las generaciones venideras: les queda la gran responsabilidad de mantener vivo ese algo y transmitirlo a quienes vienen detrás.
Señores, yo soy San Carlos desde la cuna
Camilo A. Suárez 11°B