Edición nº 21 – Febrero. 2016
El otro día caminaba hacia la tienda tras una entretenida clase de educación física. Estaba extenuado, sudado, y con ganas de no hacer nada. Me paré en frente de la amiga, y le pedí un Gatorade. Había llegado relativamente temprano, un poco antes del timbre final de la campana, así que no hubo mucho problema en saludarla y hacer la transacción con relativa calma. Lo destapé, y me alejé tras haber pagado, tomando un sorbo prolongado. Suena la campana. Escucho entonces un tropel de pisadas, como si fuera una verdadera estampida, y de los corredores aparecen en manada los estudiantes que quieren comprar algo. Cual bárbaros se estampillan los unos a los otros en contra de las paredes de la tienda, casi como si quisieran saquearla, y pronto asedian a la ahora preocupada amiga con gritos, súplicas y exigencias. Frente a la atestada tiendita se conglomera un ejército de niños en cuerpos de adolescentes, empujándose unos a otros y compitiendo por ver si al que grita más duro es al que más rápido se le atiende.
Pocas horas antes, a las nueve y dieciséis de la mañana, el panorama era una cosa completamente diferente. Casi como si fuéramos gente decente, frente a la tiendita se conglomera un grupo de adolescentes en cuerpos de adolescentes, haciendo una fila ordenada para cada ventana de la tienda. “Buenos días, amiga, ¿me regalas unamañanera?”, se oye decir en un tono humano. Se respira la tranquilidad, y el orden hace que todo sea muchísimo más rápido y eficiente. Las amigas son felices, los estudiantes somos felices, todos son felices.
Pero ahora, a las dos y diez de la tarde, no es así. Ni la amiga ni los estudiantes son felices. Bueno, a excepción de aquellos que a través de voces estridentes o empujones malintencionados logran recibir lo que quieren al instante. Mientras observo como la barbárica ley del más fuerte se ve resplandeciente en aquél momento de la tarde, me pregunto qué es lo que pasa entre las nueve y dieciséis de la mañana y las dos y diez de la tarde que hace que nos olvidemos del orden que aparentamos haber interiorizado.
Alejandro López McC. 11C