Edición nº 16 – Diciembre. 2015
*Basado en una historia real.
Eran las diez de la mañana. Sebastián acabó su examen de física y estaba totalmente convencido que lo había hecho a la perfección. Juzgando por la cara de sus compañeros, era uno de los pocos que pudo con el complejo examen. Su compañero (cuyo nombre no diré, pero por facilidad de escritura llamaré: Pepito) en un acto de desesperación acudió a Sebastián preguntándole las respuestas de un problema.
Sebastián, como el “gran amigo” que es, le paso estas en un papel. El profesor, juzgando por la falta de coherencia entre el estilo de letra del papel en cuestión y el examen de Pepito, procedió a tomar medidas contra los dos.
“Perdóneme negro, fui un idiota,” le dijo Pepito a Sebastián. “Tranquilo, para eso están los amigos,” le respondió Sebastián. Eran las dos y media de la tarde. Sebastián revisaba su maleta para sacar su billetera, la cual no estaba. Efectivamente, la había dejado botada en el colegio por descuidado. ¿Karma? ¿Acción compensatoria? Sebastián solo culpaba a Dios por todo lo que le había pasado ese día. Sebastián se dió cuenta de muchas cosas. En sí, él estaba más preocupado por su billetera que por la complicidad que tuvo en el plagio de su amigo. El dinero va y viene, lo que queda de uno es la trasparencia y el carácter que se forja durante años. La forma de ayudar a un amigo no es esa.
Ayudar a un amigo a hacer plagio es motivarle a que lo siga haciendo, y eso no es ser un buen amigo. Un buen amigo es aquel que niega rotundamente ayudar a su amigo en un examen. En estos momentos cruciales es donde los valores de una persona se ponen a prueba. Hoy Sebastián le pasa las respuestas a pepito, mañana le podría pasar un millonario soborno. Es ignorancia decir, “yo me copio, pero cuando me den el cartón voy a parar.”
Hacer plagio es contribuir a la cultura de la trampa que tanto daño le ha hecho a la sociedad. Es hacerse cómplice de políticos corruptos y multinacionales que roban a sus trabajadores. Es hacer un desfalco financiero a miles de colombianos y a la hora de ser juzgado tratar de evadir a la justicia (Víctor Maldonado). Es absurdo culpar al sistema educativo por el plagio. La presión que ejercen los profesores al estudiante es efectiva cuando no se quiere aprender. Cuando hay disposición para aprender, y además hay honestidad en el salón, no hay presión alguna y el aprendizaje ocurre. Sebastián va a ser economista, no físico.
“¿Para qué carajos me sirve esta clase?” se preguntan cientos de sancarlistas. Bueno, mas allá de aprender algo necesario para el ICFES, tal vez su finalidad es ponernos en situaciones donde nuestro carácter se ponga a prueba, e incentivarnos a tomar decisiones honestas.
Javier S. Caro 10ºC